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viernes, 11 de octubre de 2013

Un placer agotador

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La temperatura de la habitación parecía aumentar más y más conforme pasaban los minutos. Sentía como calambres recorriendo su espalda, recordándole que aún podía sentir dolor. Su cuerpo no paraba de liberar endorfinas que le provocaban una sensación tan placentera y satisfactoria que si hubiera muerto en ese momento, no le habría importado.

Sus músculos se contraían y estiraban a ritmo continuo, ligeramente agotados y adormecidos, pero sin perder impulso. El dolor y el placer se mezclaban en espirales sobre sus nervios hasta hacerle perder conciencia de qué era cada cosa, y el placer le provocaba dolor, y el dolor, placer.

Su cuerpo estaba perlado de gotas de sudor que resbalaban sobre su piel, haciéndole brillar. Sus jadeos y gemidos aumentaban cada vez más su intensidad, llegando casi a la hiperventilación. La cabeza ya le daba vueltas, pero no podía, ni quería, parar. El placer era demasiado intenso, el dolor también lo era.

Se acercaba al límite de sus fuerzas, al límite de todo lo que podía sentir, pero necesitaba un último esfuerzo para llegar aún más alto. Más rápido, más rápido... El sudor manó a chorros mientras gimió entre el esfuerzo, el placer y el dolor, y unos calambres de mil sensaciones traspasaron sus nervios... y se desmayó.

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