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viernes, 16 de agosto de 2013

La sesión

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Las seis menos cuarto. Había quedado a las seis y media en el centro y, aunque con el tiempo un poco justo, ya estaba lista. Y nerviosa, muy nerviosa. Se puso los zapatos y cayó en la cuenta: ¡las medias! No podía salir con las piernas así, tras un verano de interior, de trabajo en la oficina, sin un momento para ver el sol, ¡qué vergüenza!

Consideró la posibilidad de cambiarse, llegar tarde... No, imposible, había pedido explícitamente este tipo de ropa, nada de pantalones largos, y además hacía calor. Y quería sentirse sexy, ¡qué narices! Quería que quedara deslumbrado.

Así que bajó corriendo las escaleras de los cuatro pisos de su edificio, que había olvidado ponerse un ascensor que de todos modos sería demasiado lento y salió a la calle. Sabía que camino al metro encontraría una tienda de de todo un poco en la que podría comprarse las medias. Se las pondría en la trastienda, o ya vería dónde.

Entró medio corriendo en la tienda y buscó entre los estantes unas medias de esas negras finitas, que lo disimulan todo muy bien, sobre todo el blanco nuclear de una piel como la suya. Entre figuritas de dragones y grullas en una fila de estantes y cestos, cestas y canastos hechos de bambú ("¡Pobres pandas!", pensó ella) en otra fila de estantes, encontró lo que buscaba. Las cogió deprisa y se dirigió a pagarlas y salir pitando de allí.

Giró un pasillo, otro... Y la visión que tuvo provocó en ella un giro de 180º y en sus labios un susurrado y ansioso "¡No, no, no!". Sin embargo, él ya la había visto. Ella preguntó en un susurro al dependiente si tenía algún sitio donde pudiera cambiarse y éste, sin dejar de mirar la pantalla de su ordenador, le señaló el almacén. Mirando a su alrededor para ver si la aparición se había marchado o no, se coló en el almacén para cambiarse rápidamente y olvidar el fortuito encuentro.

Pero no pudo. La puerta se abrió, él entró y ella se quedó paralizada, medio bajada de sus altos tacones, agachada con un pie dentro de una de las medias y la falda medio subida. Se giró con cara de susto y despeinada y él la saludó tan seductor como siempre. Mierda, se había prometido no volver a caer, y ahí estaba él de nuevo desafiando a su voluntad.

Su mano rozó sus muslos y a partir de ahí perdió el control. De repente se encontró tumbada en el suelo medio desnuda, con la mente dividida entre el placer y la culpabilidad de saber que llegaba tarde a su cita. Le hacía perder el control cada vez que se lo encontraba, estuviera donde estuviera. Sus manos paseaban rápidas por su cuerpo, insistiendo en sus puntos débiles y llevándola hasta lo más alto. Y ella sólo quería unas medias...

Hora y media más tarde llegó a su destino inicial. A pesar de su aventurilla, estaba bastante presentable, así que no se preocupó de que se le notara nada. Su anfitrión, tras escuchar las excusas que había preparado en el taxi -¡no había tiempo para metro!-, agitó una mano quitándole importancia y le sirvió una copa. Ella quería dejar los rodeos y llegar al grano, al objetivo de su cita. Así que atenuó las luces, encendió los focos y se puso en posición.

Su anfitrión cogió la cámara y miró por el objetivo. Tenía el don de ver más allá de lo que la gente quería mostrar a través de él. Empezó a disparar y se fijó en sus ojos, esquivos de culpabilidad, en sus labios, rojos de pasión. Y sobre todo en una carrera en sus medias. Se acercó y tiró del hilo con suavidad hasta que la prenda se deshizo. Ella le miró a los ojos, acercó su mano a la de él en una invitación y se dejó hacer.

Cuando esas fotos fueron reveladas, resultaron ser las mejores de toda su carrera. Había entrado hasta el fondo en su alma y la había desnudado por completo.

2 comentarios:

  1. Breve pero intenso. Me quedé atrapada en el relato desde el principio, la curiosidad me mata por saber quién era el misterioso, je je je.
    saludos

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    Respuestas
    1. Gracias por pasarte por el blog, Elva :)
      El misterioso puede ser quien tu imaginación prefiera. Siempre intento dejar algo a la imaginación de cada uno a la hora de escribir una historia de ficción, haciendo posible que cada persona vea cada uno de mis relatos con unos ojos distintos, y de un mismo relato puedan surgir infinitas historias diferentes.
      ¡Un saludo!

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