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sábado, 25 de mayo de 2013

Un juego de naipes

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Como cada noche, quedó con sus amigos en el pub de siempre. Llevaba ya varias horas de bares, varias cervezas en el cuerpo y un poco de cocaína en el bolsillo. Cuando estaba de permiso tenía que aprovechar, que en el cuartel nunca se sabía cuándo iba a hacerse un control antidrogas. No podría permitirse perder el trabajo, su familia comía en parte gracias a él.

Sus amigos no sabían nada más allá de que el alcohol y las chicas llenaban gran parte de sus fines de semana en los que las guardias y los turnos eran parte de otra vida. Una tras otra, pasaban por su piel, por su boca, pero ninguna le llenaba lo suficiente, porque llevaba 15 años enamorado de un recuerdo. En estos fines de semana, con sus amigos de toda la vida y con otros de ida y vuelta, las conversaciones iban muchas veces sobre ideas filosóficas sobre el destino. Conversaciones de borrachos, que dirían algunos. Pero tenía más vida interior de lo que a simple vista pudiera parecer.

Pero llegó el día en el que se pasó de la raya. Casi se podría decir que literalmente, porque la cocaína estaría menos cortada, o porque se pasaría de gramos... Pero perdió el control y sus amigos se dieron cuenta de que tenía un problema. Pero él no. Le insistieron en que no podía seguir por ese camino, que era peligroso, que su tío había muerto por eso, que si es que no había aprendido nada. Pero él controlaba, aunque no supiera por qué había despertado aquel día en un banco de uno de los parques más alejados de la ciudad. No podía eludir el camino que la vida había marcado para él.

Ese camino se cruzó con el de la sombra de la que llevaba enamorado 15 años. Fue casualidad, él no lo buscó, pero volvió a caer como un tonto adolescente. Le hacía sentir cosas que ninguna de las chicas de fin de semana le había hecho sentir. Conectaron, y él empezó a vivir un sueño que no terminaba de creerse.

Sus amigos advirtieron un cambio radical en su forma de vivir. Al principio se alegraron: dejó las drogas, dejó el desfase, dejó el alcohol, dejó las fiestas... Pero se dieron cuenta que dejó de salir, de vivir, de disfrutar. Los fines de semana se iba a la cama antes de medianoche, y no precisamente por sexo. Estuvieron meses sin verle.

Un día, volvió. La magia se había esfumado, y ya no decía que la vida le hubiera marcado un camino. Volvió a las fiestas, al alcohol, a las drogas, a las chicas, al desfase. Ya no había una sombra con el peso de 15 años que le dijera qué hacer y qué no. Por fin jugaba sus propias cartas.

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