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lunes, 13 de febrero de 2012

Los pequeños detalles

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Sus ojos pasaron por encima de lo que quedaba de sus ilusiones al llegar a París. Un libro de arte con más significado que valor, una carta, un carboncillo, un bloc, una rosa seca. La cartera había pasado de estar vacía a estar en otras manos para comprar la barra de pan con la que se alimentó los últimos tres días. No tenía nombre, sólo restos de pintura que se acabó hace más de un mes entre los dedos.

Observó el París de las cuatro de la mañana. Algunos gritos a lo lejos recordaban el peligro de sus calles, aunque él hace tiempo que vendió su miedo para poder sobrevivir. Desvelado y con el frío calando en sus huesos, intentó distraerse esbozando las pálidas luces de las aceras parisinas que podía ver desde su rincón oscuro. Olía el Sena desde allí y sentía como clavaba en sus músculos su humedad.

Una brisa revolvió aún más su pelo y le hizo arroparse con la poca ropa que conservaba. En el fondo no quería despertar de esta pesadilla a la que él veía cierto romanticismo. Las personas somos idiotas a veces. Esperaba que volviera como se fue, y por eso no se movió durante meses de allí. Ahora no era más que la sombra de la sombra de lo que una vez pareció ser, pero pensaba que si volvía le reconocería sin problemas.

Dejó el carboncillo y abrió la carta por enésima vez desde que llegó a París. Las primeras veces lo hizo con incredulidad, para más tarde dejar paso a la resignación. Cierto sentimiento de nostalgia le hizo sonreír con tristeza al abrirla esta vez, como el resto de las últimas cientos de veces que la había abierto. En la parte superior ponía el remitente: École nationale supérieure des Beaux-arts de Paris. Su carta de admisión. El pase a sus sueños.

La rosa seca cayó del libro de arte, y la recogió con urgencia, como si fuera la última rosa del planeta y pudiera salvar a toda la Humanidad. Recordó los días en los que, con cada cuadro que vendía a una mujer, regalaba una rosa. Los pequeños detalles son los que importan. Pero hacía demasiado que no vendía un cuadro y la rosa se había secado en su espera.

Miró el bloc y su intento por reflejar las luces del Sena. Era un intento torpe, con trazos muy alejados de la dulzura y el detalle que buscaba y que alguna vez consiguió reflejar. No tenía nada que ver con lo que tenía en su mente porque no había conseguido transcribirlo al papel. No, esta noche tampoco había vuelto su musa inspiradora.

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